Loreta los acechó como si fueran presas fáciles. Los vio tomados de la mano en esa mesa y sin dudarlo, impulsada por su doble cuántico en otro espacio -tiempo se sentó en medio de los dos, y como si los conociera desde siempre les susurra «todo se resume en los giros, esos que inician de derecha a izquierda, pero que una vez el hula hula ha alcanzado velocidad crucero no se puede distinguir después de un tiempo para donde va». La pareja acusa con la mirada la actitud intrusiva y no se explican como ella supo que intentaban entender el circulo infinito de Henry Miller en los trópicos. ¿De qué otra cosa podrían estar hablando dos almas viajas en una bar perdido de un viejo muelle cuyo letrero lo bautiza «descubriendo américa»?
Estas dos almas, llamémoslas Silvana y Extraño cenaban con falsa modestia y pseudo intelectualidad. Diversificaban sus saberes entre miradas sollozas, exagerados fruncimientos ceños, y maridaje de cortes de carne mesiendo un sauvignon con astucia. Loreta lo que percibía era dos personas esclavas de sus pasiones y hambrientas. Hay que aceptar que el plato olía muy bien.
Loreta mete la mano en el plato de El Extraño, come una papa frita, y retoma «saben que el universo esta diseñado en espiral, así como el ADN, todo esta conectado, también la generación prozac y viagra tienen en común que el deseo y la depresión tienen un mismo punto concéntrico». Mascan su Angus con la misma intensidad que se mordisquean la pituitaria esperando que la hipófisis les explote y revelandoles algo nuevo. Quizás de ese tipo de información que no se aprende en los libros.
El Extraño, como si saliera de un trance se acerca a Loreta olvidando a Silvana de su campo visual, deja a un lado un rollito de chocolate cubierto de DMT y clava su mirada en un espacio entre el mentón y la nariz. Loreta recíprocamente mira… no sabe que mira. Lo mira simplemente porque olvido observar. Desde esa ocasión en la que sus padres tenían un fogoso encuentro pasional en su cuarto ella se castiga a sí misma, hasta el día de hoy. Ese viejo acto boyer la marcó de tal manera que no se permite desear por medio de sus ojos.
El Extraño recibe una invitación de parte de tambores ancestrales y se levanta para danzar al ritmo del Wawancó. Silvana no comprende el sonido, pero Loreta le sigue como poseida por una vieja raza. Posa sus manos sobre las caderas pronunciadas de Loreta y fuerza su cerviz hacia la de él. Esa tangencial posición hace que los senos y cosenos se entre crucen. Ella intenta fallidamente ser dueña de sí misma. El Extraño alcanza a capitalizar su paso en falso haciendo que la inversión de tiempo y palabras no terminen en picada. A contra luz se ven como una sola sombra. El Extraño sopla conjuros de aromas para dentro de esa diminuta abertura entre sus labios transgredidos por el frio de las madrugadas. Se despeja la velocidad y el tiempo reduciendo su distancia a cero. Ahora pueba otra carne, otro cuerpo. Silvana salta de la silla en movimiento paraboólico, se autoinvita a participar de tan baboso acto de triosculación, espacio, tiempo y distancia.
Dicen que dos cuerpos, no pueden ocupar un mismo espacio. Desafiando la física, la metafísica cree que sí. Tres lenguajes con sus papilas palpitantes y recelosas compiten por dominar desde el sistema nervioso toda una anatomía usando un diminuto músculo, uno que castiga como latigo o salva con el perdón. El magnetismo de los polos desplaza en un natural «cuello de botella» al más débil, al faltante de pasión. Al mejor observador, lo deja para que observe. Ellas se quedan danzando al ritmo natural de la bellza, de la creatura que reina el emisferio de límbico.
El Extraño se sustrae de la operación y se simplifica entendiendo que es un común denominador, su mirada vacía observa en ellas un esfuerzo darwiniano por no ceder el control una al otra. El amor, la vida, los números y la naturaleza son una lucha sin cuartel.
El Extraño sujeta su copa y se deriva hacía un limite infinito, Loreta y Silvana brillan en distintas saturaciones de lilas y mangentas. Esta aparición espirituosa llena el lugar con mandalas. Bailan como una sola, siendo dos. El extraño intenta hacer un ejercicio más racional de lo que sucede y empieza a dudar de la existencia de Loreta, cree que quizas es una ilusion o proyeción de lo que siempre a deseado en Silvana. Siente una fuerte necesidad de abrazar la realidad y se acerca al barman para preguntarle cuántas mujeres ve en la pista. La respuesta lo perturba y se acerca a Silvana para cuestionarla. «¿Con quién bailas? preguntó exaltado. Ella responde «Nunca lo sabras».
El Extraño saca de su bolsillo derecho un vicio solitario y caro, cambia el vino por un Macallan y se sienta en otra mesa con más luz y oxígeno. Hay fuego en los pulmones fatigados del baile y fuego en los pulmones fatigados de suspirar humo, haciendo memoria de cosas que aún no suceden. No hay mal que dure mil años, ni cuerpo que lo resista. Ella o ellas acaban el narcisista culto al ritmo y se incorporan tomando asiento frente al Extraño. Dan la apariencia de señoritas de la alta sociedad bañadas en sudor. El perfume se mezcla con el humo del lugar. Son las 11:11 p.m. y ya pasó la última ruta de transporte publico. «Dos cuerpos no pueden ocupar un mismo espacio» se dice a si mismo una y otra vez en voz alta cuando empieza a hiperventilar. Juego de luces y su ventana al alma se va más allá del horizonte. Silvana pide asistencia de inmediato. La ambulancia duro veintidos minutos en llegar. Tiempo sufisciente para que El Extraño saliera de su cuerpo y explorará once lugares, en todos ellos existía Loreta más no Silvana, quien suponía ser la mella fallecida en el vientre de su madre, pero que cósmicamente siempre la acompañaba.
Una vez los enfermeros abordaron el cuerpo y le hicieron resucitación, El Extraño despertó vómitando a su costado el Angus, el Sauvignon, el Macallan, el rollito de DMT y el miedo al más allá. Silvana pasa torpemente entre los enfermeros y lo abraza. El Extraño le pregunta «¿Bailabas con Loreta?». Ella se pone tan fria como él y le responde con otra pregunta que en sí misma confirma todo «¿Cómo sabes de ella?». El Extraño sólo le dice «Te manda a decir que dos cuerpos si pueden ocupar un mismo espacio». Silvana aterrorizada recoge sus pasos mientras lo suben a la ambulancia y se lo llevan.
El efecto doppler de la sirena arruya sus mentes a la vez que aumenta la distancia entre ellos.
